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Ópticon - Jesse Wilson

Ópticon - Jesse Wilson

Traducido por Fernanda González

Ópticon - Jesse Wilson

Extracto del libro

El campo de batalla, como tal, tenia cicatrices creadas por poderes primordiales que habían peleado con los dioses, sin embargo, los dioses no tenían oportunidad de derrotar a los Titanes por si solos. Zeus y los otros padres celestiales de las familias cósmicas habían creador doce armas de inimaginable poder para lograrlo.

Eran efectivas y se deshacían de sus enemigos con una fuerza implacable que no había sido vista nunca. Desafortunadamente, las armas que habían creado tenían vida, y podían soñar y pensar por si mismas. Cuando el último titán enemigo fue derrotado. Se lo preguntaron. Se preguntaron si había una buena razón para servir a seres inferiores.

No se les ocurrió ninguna. Ahora, se libraba la segunda Gran Guerra. La antigua fortaleza de los titanes que llamaban Otris se alzaba a lo alto, negra y con quemaduras de antiguos ataques. Se podía ver detrás del ejercito de dioses que se enfrentaban a las armas que los habían ayudado a pelear.

“Sabes, debe haber mejores manera de derrotar a los Titanes, “dijo Hades mientras una bola de fuego dorado volaba sobre su cabeza y se estrellaba contra la fortaleza a sus espaldas, explotando en un millón de chispas. “Sí, pero esta es la más efectiva, confía en mí, sé lo que hago, hermano. Necesitabas crear la ayuda si queríamos ganar,” le respondió Zeus, cansado de repetirle lo mismo a todos. Hades sólo quería molestarlo mientras todavía estaba vivo para hacerlo.

Once de las bestias marchaban en dirección a ellos. Sus pasos hacían que el suelo temblara. Cuando el rugido del líder llegó al campo de batalla, Zeus supo que estaban a punto de atacar. La vieja armadura blanca que tenía puesta comenzó a echar chispas de energía azul mientras se preparaba para lo que venía.

“Hades, asegúrate de que todos estén listos y que nadie rompa filas. Este plan es importante,” dijo Zeus. Hades lo miró, sus opacos ojos rojos moviéndose a la derecha. “Sólo quieres asegurarte de que Ares no haga nada tonto, ¿verdad? Entonces soy una niñera,” respondió, molesto con la idea. “Entendiste,” respondió Zeus, y Hades suspiró. “Está bien,” respondió y desapareció entre la multitud detrás de ellos.

Zeus miró a la bestia que acababa de llegar, e incluso ahora encontrándose tan tarde y con la posibilidad de sus muertes inminente  no podía dejar de admirar su trabajo.

“Ya era hora de que apareciera,” dijo Zeus en respuesta al horrendo chillido que aún se estaba disipando. El líder de las bestias apareció frente a los otros once. Era un esqueleto que después sería la inspiración para cada dinosaurio bípedo que existiría en el futuro. La bestía tenía brazos largos con manos que terminaban en garras. Un cráneo en forma de una bestia carnívora, una boca llena de filosos dientes y las cuencas de los ojos vacías y negras. Estaba completamente consumido en unas blancas y frías llamas espectrales.

“Zeus, no puedo creer que nos convencieras de crear estas cosas. ¿Qué clase de loco eres?” preguntó Odín mientras se le helaba la sangre, apretando su lanza con su mano izquierda. No había sido su intención preguntar en voz alta pero ahora que el momento había llegado, le ganó el miedo.

“Ja, Odín. Que rápido cambia tu opinión cuando cambia la marea, deja de ser tan patético y prepárate para pelear,” respondió Zeus y lanzó un enorme rayo rojo a través de los cielos de un verde oscuro con un pensamiento. “Estamos aquí, ¿o no?” le preguntó Ra y se encogió al ver las doce armas vivientes que se movían en su dirección.

“Lo estamos,” Izanagi, que estaba a su lado con su espada lista, respondió.

“Es hora de trabajar,” dijo Zeus y le hizo una seña a los otros lideres para que lo siguieran mientras se alzaba hacia el cielo. Odín, Ra e Izanagi comenzaron a flotar y lo siguieron delante del ejército de dioses que esperaba abajo. “¿Tienen nombres? Nunca me molesté en preguntar,” dijo Izanagi y Zeus asintió. “Los tienen,” respondió. Izanagi en su brillante armadura roja voló hacia Zeus. El Rey de los dioses del Olimpo se volteó para darle la cara al ejército.

“Ah, genial, es hora de un discurso,” murmuró Ra mientras una brillante armadura aparecía alrededor de su cuerpo. “Al menos será corto,” respondió Odín mientras una armadura azul aparecía a su alrededor.

“Hoy es nuestro último día o el inicio de una nueva era de paz. Tenemos que pelear para sobrevivir. Yo sé que cometí un gran error, pero espero poder arreglarlo. Ellos, los Yokaiju, necesitan ser detenidos. No se contengan. Esta es la última batalla de una larga y terrible guerra. Los necesito, nos necesitamos los unos a los otros. ¡Que los cielos reinen ahora y por siempre!” le gritó Zeus a los dioses en el suelo con una voz que resonó como un trueno.

“Casi no le gustan los discursos inspiradores, ¿verdad?” le preguntó Thor a Poseidón, levantando su martillo de su hombro izquierdo. “No, no mucho. Por otro lado, al menos fue corto. Lo hubieras visto hace unas eras. Juro que no había manera de callarlo mientras intentaba inspirarnos a pelear contra los Titanes,” respondió, agradecido por el discurso tan corto.

Thor no podía esperar para pelear con esas bestias salvajes, eran todo lo que había soñado, y realmente todo lo que había estado soñando por mucho tiempo. Apretó el martillo en su mano en anticipación.

Siempre había pensado que los Titanes eran débiles y no entendía por qué todos estaban tan emocionados; sin embargo, Odín le prohibió pelear en la guerra. Realmente no tenía idea de lo terribles que eran y todas las vidas que se habían perdido en la guerra antes de que los Yokaiju fueran creados.

Thor no tenía idea de lo mucho que Odín y Frigg lo protegían de los horrores que desataban sobre los dioses. Recordaba la miseria que había caído sobre ellos cuando un titán cuyo nombre nunca supo, mató a Baldur. Desde entonces, Thor quería pelear con alguien, quien fuera. Estas bestias servirían.

“Y con eso dicho, hablemos de por qué estamos todos aquí,” gritó Odín, girando para mirar al enemigo. “Conocen el plan, saben lo que tienen que hacer, así que hagámoslo,” les gritó Ra y todos se voltearon.

“Síganme,” gritó Ares y comenzó a correr antes que todos. “No, espera la…” Atenea intentó detenerlo, pero era demasiado tarde, ya había empezado a correr en esa dirección. El dios olímpico alzó su espada y corrió hacia delante, con su escudo ardiendo frente a él.

“Maldita sea, Hades, literalmente tenías un solo trabajo,” dijo Zeus y sus ojos estaban bien abiertos del miedo. Su hijo estaba arruinando todo.

Los dioses, ansiosos por pelear, sabían que alguien daría una señal para atacar, pero sin ver quien lo había hecho, era imposible realmente saber quién había dado la orden.

Hades observó a su sobrino liderar la carga. Ares había atacado antes de que pudiera alcanzarlo. “Juro que a ese niño lo dejaron caer de cabeza más de una vez cuando era niño,” se dijo a si mismo. Alzó su vara, la sostuvo con las dos manos. “Sí,” respondió Poseidón asintiendo con la cabeza mientras los otros dioses lo seguían hacia la batalla.

Ares se alzaba a cien metros de altura, su espada extendiéndose otros cuarenta. Saltó y lanzó su espada tan fuerte como pudo. La espada de diamante cayó sobre la piedra roja que era la piel de Zimri y se hizo pedazos con el impacto. La gárgola roja se detuvo y bajó la mirada a su tobillo izquierdo, mirando al dios. Zimri estiró sus alas color rojo sangre mientras Ares alzaba la mirada a la imponente bestia.

“Uh,” dijo, sin palabras mientras la piel de la bestia se prendía en llamas. Ares alzó su escudo justo a tiempo. Tan sólo la fuerza del fuego lo lanzó volando por el cielo, cientos de metros y lejos de Zimri con facilidad.

Eros voló para atraparlo. “Papá, eres un tonto,” le dijo. “Bájame, muchacho, hay una batalla que ganar,” le respondió Ares con un gruñido. Eros lo dejó caer inmediatamente y sacó su arco. Apunto hacia la gárgola roja en llamas, y jaló la cuerda. Una flecha blanca con una punta roja apareció en ella y la soltó. Era un brillante cometa rojo – como un proyectil que se acercaba a Zimri, y después se derritió antes de siquiera tocarlo.

Detrás de la gárgola, se acercaban otros. Once pesadillas más que hicieron que Eros se encogiera de miedo. “Si vas a hacer algo, este es el momento,” gritó Neit mientras ella, Artemisa, y otros dioses disparaban flechas hacia Zimri. A diferencia de las de Eros, estas flechas penetraron el fuego y se clavaron en el pecho de Zimri, pero no eran nada más que diminutos destellos de metal en un enorme océano de fuego.

“Esto no está funcionando” dijo Neit, estableciendo lo obvio. “Sí, ¿tienes alguna otra idea?” le preguntó Artemisa. “Ninguna,” respondió Neit pero miró horrorizada cómo Zimri abría la boca y dejaba salir una explosión de llamas rojas en su dirección y envolvía todo lo que podían ver.

Los ojos de Hermes estaban bien abierto mientras veía la pared de fuego que venía hacia ellos. Nadie fue lo suficientemente rápido para quitarse del camino y para ser honesto, no estaba seguro de que hubiera manera de escapar. Pero eso no le impediría intentar. Se movió lo más rápido que pudo y comenzó a quitar a Neit, Artemisa, y otros dioses del camino de la ola de destrucción que se movía hacia ellos. Para él, todo se movía a la velocidad de un caracol. Thor tenía una sonrisa en el rostro medio escondida por su cabello rojo, y cuando Hermes llegó a él, su enorme martillo estaba girando lentamente alrededor de su dedo.

“Este tonto bárbaro va a hacer que lo cocinen vivo,” dijo mientras los tomaba a él y a Poseidón para intentar moverlos. Se dio cuenta de que incluso si increíble velocidad no sería suficiente. La pared de fuego iba a envolverlos a ellos tres y a incontables más.

Agni y Sol se hicieron a un lado en el aire frente a él. Sol era una llama viviente, su cuerpo de un naranja y amarillo brillante, cambiante. Agni era un gigante de dos cabeza. La mitad de su armadura verde y la otra azul. “Sácalos de aquí,” le dijo Sol a Hermes mientras estiraba las manos para desviar el fuego. Agni ayudó como pudo mientras hacía lo mismo pero estaba menos interesado en hablar. La increíble pared de fuego se dobló directamente hacia el cielo verde.

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