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Los Demonios del Olimpo (Los Dioses Dorados Libro 2) - Cynthia D. Witherspoon

Los Demonios del Olimpo (Los Dioses Dorados Libro 2) - Cynthia D. Witherspoon

Traducido por Ana Zambrano

Los Demonios del Olimpo (Los Dioses Dorados Libro 2) - Cynthia D. Witherspoon

Extracto del libro

Charleston es una ciudad hermosa. Las vallas negras de hierro forjado se enroscan formando diseños en los balcones y junto a las aceras. Las coloridas casas conocidas en todo el mundo miran al océano Atlántico desafiando los siglos que han sobrevivido. La gente es encantadora; tan acogedora como el símbolo de la piña que significa lo contentos que están de que vinieras. Es un lugar que abraza la belleza de su historia, no la fealdad de la misma.

Entonces, ¿por qué no puedo hacer lo mismo? ¿Abrazar la belleza por lo que es? ¿Por qué siempre veo el horror de mi pasado aquí en lugar de la fachada dorada que ofrece Charleston?

No quiero volver a casa. No quiero ver los lugares ni arriesgarme a encontrarme con las caras que me traen tantos malos recuerdos. Pero aquí estoy, en el asiento trasero de un Cadillac alquilado, volviendo al infierno.

¿Por qué estoy haciendo esto? Hay una respuesta sencilla a esa pregunta. Mi madre me exigió que volviera a casa para Navidad. No era una fiesta que nosotras celebráramos, y ella no quería celebrarla ahora. No, este año, ella quería hacer una fiesta para su gente de la alta sociedad. Quería exhibirme como un caballo premiado y el miedo que me había inculcado hacía tanto tiempo era demasiado fuerte para ignorarlo.

Las calles del centro de Charleston bullen a nuestro alrededor mientras Cyrus navega entre el tráfico. Podríamos haber utilizado el modo de transporte favorito de Cyrus. Él lo llama viaje en la sombra y se transporta de un lugar a otro utilizando la magia Olímpica. Pero rechacé su oferta porque estaba alargando esto. Reservé el último vuelo que pude. Obligué a mi Guardián a esperar en colas ridículamente largas en el aeropuerto. Y cuando el GPS del coche le dio la ruta más corta para llegar a la isla de Sullivan, le dije que lo ignorara y le di indicaciones para pasar por las zonas más concurridas de la ciudad.

Porque no quiero volver a casa. Cyrus sabía que me estaba demorando. Yo también sabía que estaba dando rodeos. Janet seguiría esperando al final de este viaje. La casa y todas las horribles historias que habían sido escritas en sus paredes seguirían esperando.

Cuando Janet llamó me ofrecí a conseguir una habitación de hotel, pero ella no quiso ni oírlo. ¿Qué dirían los vecinos si supieran que había vuelto y no me quedaba con mis padres? Después de todo, la apariencia lo es todo en el mundo de mi madre. La perfección no era una opción, sino un requisito. Así que aquí estaba yo. La hija obediente que volvía para completar la imagen de la familia perfecta a pesar del odio que se escondía tras las sonrisas ensayadas.

Tal vez me equivoque. Tal vez Janet esté orgullosa de lo que he logrado. Tal vez me vaya en dos días con una perspectiva totalmente nueva. Quizá no tenga los nudos de ansiedad en el estómago cada vez que piense en ella o en Charleston.

Lo dudaba. Lo dudaba mucho, mucho.

—Llegas tarde.

Le dediqué a mi madre una media sonrisa mientras dominaba la puerta de entrada. Janet McRayne tenía el mismo aspecto de siempre. Cabello rubio cortado en un elegante bob alrededor de los hombros, blusa y pantalones perfectamente planchados. El collar de perlas que completaba el look alrededor de su esbelto cuello.

—Hola, mamá. Nos hemos quedado atrapados en el tráfico del centro y...

—¿Nosotros? ¿Quiénes son "nosotros"?

—Eh, Cyrus, —Tragué mientras se acercaba por detrás de mí. —Él es mi...

—Es encantador verte de nuevo, Janet.

—¿Cyrus? —La fría expresión de mi madre se iluminó antes de estrechar sus dos manos con las suyas. —¡Qué maravilla! Pasa, pasa. Voy a poner el té.

—¿Se conocen?

—Evangelina, trae tus maletas. No quiero que la entrada parezca una recogida de equipajes.

Cyrus me miró encogiéndose de hombros antes de permitir que Janet lo arrastrara a la cocina. Los vi desaparecer del pasillo antes de hacer lo que se me había dicho. Por suerte, mis meses de viaje me habían enseñado a empacar liviano, así que pude llevar todo a mi antigua habitación en un solo viaje con la mente en blanco.

¿Cómo conocía Janet a Cyrus? Lo había saludado como a un viejo amigo, pero eso era imposible. Sólo había conocido a Cyrus desde hacía seis meses y eso fue en Nueva York. ¿Había él respondido al teléfono cuando ella me llamó? ¿La había visitado después de convertirme en la Sibila?

Tiré todo en el armario que había vaciado cuando me fui a la universidad hacía unos cuatro años y luego bajé las escaleras. Pasé por delante de la pared de cuadros y de la clásica decoración sureña que mi madre prefería sin echar una sola mirada. Estaba mucho más interesada en escuchar su conversación con mi Guardián que en sus intentos de recrear la colección de invierno de Vida Sureña.

—¡Oh, eso suena horrible! ¿Cómo has sobrevivido a eso?

Me detuve en la puerta de la cocina para ver que, efectivamente, Janet había preparado té. Había un plato de panecillos colocado entre ellos. Cyrus me llamó la atención y me hizo señas para que me acercara.

—Eva, le estaba contando a Janet tus aventuras hasta ahora. Está muy interesada en lo que ha visto en Mensajes de la Tumba.

—No sabía que veías el programa.

Me senté en la silla más alejada de ella. Janet me miró fijamente y yo me agarré a los lados de mi asiento. Esperé a oír su desaprobación. Sabía que iba a llegar.

—Por supuesto que veo el programa. Debo asegurarme de que no me avergüences. Gracias a Dios que tienes a Cyrus contigo".

"No sabía que ustedes se conocían.—Intenté de nuevo obtener la respuesta a la pregunta que me rondaba por la cabeza. —¿Cómo se conocieron?

—Te unirás a nosotros esta noche, ¿verdad? —Janet ignoró mi pregunta y acercó los panecillos a Cyrus. —Como le dije a Evangelina, es un asunto de etiqueta, pero podemos hacer que te envíen un esmoquin.

—No temas, Janet, estaré vestido para la ocasión.

—Y vaya si será una gran ocasión. En la página de la sociedad no se habla de otra cosa desde que envié las invitaciones la semana pasada. Todo el mundo está extasiado de que Evangelina vaya a tocar para ellos.

Levanté la cabeza para mirar fijamente a Janet, absolutamente sorprendida. —¿Tocar?

—Sí, tocar. —La expresión gélida de Janet volvió a centrarse en mí. —He dispuesto que seas tú quien ponga la música a la velada. El técnico ha terminado de afinar el piano esta misma mañana.

—Mamá, hace años que no toco. —Me aferré con más fuerza al asiento de la silla. Apenas reconocí mi propia voz mientras continuaba con mi protesta perfectamente lógica. —No desde...

—Soy muy consciente de tus fracasos. Sin embargo, no he pagado doce años de clases de piano para que abandones el oficio por completo. Tu papel será tocar música. Eso es todo lo que requiero de ti.

No sé por qué me sorprendí. Debería haber sabido que Janet tendría un motivo oculto. Me permití adormecerme mientras consideraba mis opciones. Podía irme. Ya no dependía de ella. Diablos, en unas semanas cumpliría veintidós años. Era ciertamente una adulta. Sin embargo, todavía había una parte de mí que anhelaba su aprobación. Y había una parte aún más grande de mí que tenía miedo de lo que haría si no seguía sus órdenes.

—Vamos, Janet, —dijo Cyrus tocando su mano con el dedo. —Seguro que esa no es la única razón por la que le pediste a Eva que asistiera a la fiesta. No la has visto desde la primavera.

—Sin duda que lo es". Janet se burló de él. "Veo su cara todas las semanas en la televisión. Sigo la prensa sensacionalista. Y cuando me considera lo suficientemente importante como para encajar en su agenda, hablo con ella por teléfono.

—Cyrus, está bien, —Le regalé una sonrisa forzada y le lancé una ofrenda de paz en el proceso. —De verdad. Si mamá quiere que toque, entonces tocaré. Será una buena oportunidad para volver a ver a las damas.

—Mi lista de invitados se ha extendido mucho más allá de mis amigos de la Sociedad Histórica. —Janet se levantó y tomó la tetera de la encimera. Rellenó la taza de Cyrus y luego la suya. —He invitado a los nombres más influyentes de aquí a Savannah. Ni uno solo se ha negado.

Empecé a respirar por la boca para no gritar. Gracias a Dios, Cyrus se dio cuenta. Debió hacerlo, porque se apresuró a cambiar de tema.

—Eva, no has comido desde anoche. Tal vez deberías tomar uno de estos.

—No. —Janet se reunió con nosotros en la mesa. —Debe poder entrar en el vestido que he elegido para ella.

—Estoy bien. Gracias. —Me centré en mi madre. —¿Me disculpan? Me gustaría desempacar la maleta antes de ensayar algunas piezas para esta noche.

Janet me despidió con un gesto de la mano antes de empezar a preguntar a Cyrus sobre gente de la que nunca había oído hablar. Alguien llamado Ulises y su esposa. Consideré la posibilidad de quedarme detrás de la puerta para escuchar a escondidas, pero el deseo de alejarme lo más posible de Janet era demasiado fuerte.

Volví sobre mis pasos hacia mi antiguo dormitorio y luego hacia la ventana que daba al océano. Solía pasar todo el tiempo posible mirando las olas. Me habían tranquilizado cuando Janet era insoportable. Cuanto más tiempo pasaba allí, mejor me sentía. Me decía a mí misma que ya no era su cautiva. Me dije que podía hacer lo que quisiera. Si se volvía demasiado dominante, me iría. Su fiesta de sociedad y su insistencia en que yo fuera el entretenimiento que se fueran al diablo.

Cada frase que me decía era una mentira. Yo también lo sabía.

—No puedo creer que volvieras.

Me di la vuelta para ver a Martin McRayne cuando cruzaba el umbral. Siempre había sido un misterio para mí que este hombre fuera mi padre. Ciertamente, no había ningún vínculo entre nosotros. Había estado ausente durante toda mi infancia y prefería los negocios a la vida familiar. Y aunque era cierto que era idéntica a mi madre en apariencia, no tenía ninguno de los rasgos de Martin.

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