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Parias - Erik Hofstatter

Parias - Erik Hofstatter

Traducido por Carlos Ilich Valenzuela

Parias - Erik Hofstatter

Extracto del libro

Encierro

Estaba dormido cuando vinieron por nosotros. Eran dos hombres que portaban trajes anti-radiación y unos rifles AK-47. Uno de ellos me jaló del cabello y me arrastró fuera de mi cama, esa sería la última vez que dormiría en un lugar caliente. El otro hombre me apuntó a la cara con su rifle antes de darle vuelta y noquearme con la culata.

Desperté tembloroso en el concreto frío. Tenía la vista borrosa, pero logré discernir una silueta en la esquina distante, era la figura de un cuerpo humano; era pequeño, inmóvil y frío. Intenté levantarme pero mis piernas estaban encadenadas, y colapsé nuevamente en el concreto sucio.

Sin aliento, yací en el suelo y examiné mis alrededores. Los muros escuetos y grises tenían grietas que oscilaban de fracturas delgadas hasta grandes fisuras, parecía un sistema de venas.

El aire era frío y húmedo. La única fuente de luz provenía de una pequeña ventana protegida con barras que estaba a unos seis metros sobre mí, no la podía alcanzar. Había dos camas de paja en paredes opuestas. Debo estar en una celda.

Me sobé los pies y me percaté de un pequeño hoyo en medio del piso. No había nada similar a un baño en la celda así que supuse que esa sería mi letrina. El cuerpo en la esquina se movió de repente. Me paralicé y me alejé hasta que topé con un muro. Su cabello largo y negro le cubría el rostro.

—... ¿Demyan? —Dijo la chica, adolorida.

Reconocí esa voz de inmediato y cojeé a prisa hacia ella. Con delicadeza la levanté y sostuve su pequeño cuerpo en mis brazos, luego moví el cabello que tenía en la cara.

—Akilina, estás viva, —susurré con alivio.

Observé su rostro por un largo tiempo. El ojo de Akilina seguía cerrado, el otro...no estaba. Había una hinchazón en su frente enrome que sobresalía como el cuerno de un rinoceronte. No pude evitar llorar de alegría. Estaba feliz de compartir la celda con mi hermana.

Akilina yacía aletargada en mis brazos. Armándome con todas mis fuerzas me levanté y caminé, sentí como si cargara un yunque sobre arena movediza, hasta que llegué a una de las camas de paja, donde reposé a mi hermana. Mis brazos y piernas temblaron exhaustos.

Mientras ella dormía, inspeccioné las paredes. Busqué algún mensaje que pudieran haber dejado prisioneros anteriores pero no encontré nada. La puerta de la celda no se movió cuando empujé con todas mis fuerzas.

También consideré entrar por la letrina, pero era demasiado pequeña como para que cupiera alguno de los dos. Estábamos atrapados.

La Voz En Lo Profundo

Desperté la mañana siguiente y en el suelo frente a la puerta vi un par de tazones con crema de avena y unos vasos de agua. Qué extraño, no escuché entrar a nadie. El shock de nuestro rapto debió agotar mi mente. Hambriento, comí a prisa y luego le ayudé a Akilina a comer con la cuchara. Al igual que yo seguía débil y traumatizada. Tenía la frente sudada, era claro que tenía fiebre. Le acaricié sus rizos negros y dejé que durmiera plácida mientras inspeccionaba la celda oscura. Con suerte lograría formular un plan en mi mente.

Nací con una deformidad en la cadera que me imposibilitaba correr. El desastre ocurrió hace más de diecisiete años. Mi madre a menudo hablaba sobre ello y cómo causó la muerte de mi padre, a quien culpaba por nuestras deformidades.

—Debí abortarlos a ambos, —me decía a menudo.

Pero no sentía desdén cuando me lo decía. Yo mismo habría terminado con mi vida si tuviera la opción. Siempre fui diferente, no por mis deformidades sino porque veía el mundo de forma distinta.

Era grotesco pero fui bendecido con inteligencia. Poseía una mente más desarrollada que el resto de los chicos nacidos después de la radiación.

Mi madre solía asustarnos con historias sobre el gobierno y cómo raptaba niños desobedientes y los encerraba en un asilo lejos, en las partes más aisladas de Siberia. Nunca nos portamos mal.

Seguí caminando por la celda durante unos minutos. ¿Cómo podríamos escapar? ¡Ni siquiera sé dónde estamos! No tengo familia excepto a mi hermana y mi madre, y ahora Akilina y yo estamos encerrados en este horrible lugar.

Akilina se retorció y gimió levemente. Me arrodillé a su lado y toqué su frente. Ardía descontrolada. ¿Qué puedo hacer para bajarle la temperatura? De repente escuché un golpe metálico y cómo se abría un cerrojo. Entraron dos hombres en trajes anti-radiación, igual que la noche en que nos raptaron. Abracé a mi hermana para protegerla pero uno de los hombres me pateó con tanta fuerza que terminé del otro lado de la celda.

El otro hombre cargó a mi hermana sobre su hombro como si fuera un trozo de carne

— ¡Déjala! —Les grité, pero el hombre que me pateó me apuntó con su rifle. Me puse tenso, resistiendo las ganas de luchar con él.

— ¡Déjenla por favor! ¡Está enferma! —Supliqué desesperado.

Los hombres se dieron vuelta y salieron de la celda con Akilina.

— ¿A dónde la llevan? ¡Respondan! —Corrí hacia ellos, sólo para recibir un golpe en el estómago.

Soy un lisiado, no tengo las fuerzas para vencerlos. Cerraron la puerta y me dejaron a solas en mi celda. Akilina se ha ido. ¿Qué es lo que harán con ella? Mi única motivación para salir de aquí me fue arrebatada de las manos y sabía que no la vería de nuevo.

Las siguientes noches dormí solo en la celda. Aún me daban de comer, pero no comía mucho; no tenía motivos o esperanzas para seguir vivo. Pronto llegaría mi hora.

Me arrastré a la letrina para hacer mis necesidades. De pronto escuché un sonido cuando estaba por ir. —Se trataba de un susurro dentro del hoyo.

Resistí las ganas de liberar mis heces y acerqué mi oído al hoyo apestoso. El olor de mierda abrumó mi nariz y sentí nauseas.

— ¿Hay alguien ahí? —susurré, tenía miedo de quién o qué podría estar ahí dentro. ¿Y si es otra trampa?

No hubo respuesta, volví a preguntar.

— ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —Mi corazón latió a prisa cuando escuché una voz suave.

—Tranquilo. Tu hermana aún vive... —respondió la voz en lo profundo.

Desastre

Sentí una felicidad repentina al escuchar que Akilina seguía viva, aunque seguía sin saber qué le deparó al salir de la celda. No sabía a quién le pertenecía la voz pero era melódica, reconfortante e indudablemente femenina. Acerqué mi cabeza al hoyo una vez más.

— ¿Cómo lo sabes? ¿Quién eres? —Susurré por el agujero pútrido.

Hubo silencio y comencé a creer que la voz que escuché era producto de mi delirio.

—Sé que está viva...porque la vi, —respondió la voz.

— ¿Quién eres? ¡Por favor dime! ¿También eres una prisionera?

—En cierta forma...sí.

Mordí mi lengua en desesperación por saber más sobre la prisionera misteriosa y lo que sabía del paradero de mi hermana.

— ¿Cómo te llamas? ¿Sabes en dónde estamos o por qué estamos aquí?

—Estamos aquí porque somos marginados, —dijo con más fuerza y coherencia. —Decidieron que no somos dignos de coexistir con las personas normales. Para ellos no somos menos que personas, nos volvimos personae non gratae; personas consideradas inaceptables por el gobierno.

Perplejo por la revelación, me pregunté... ¿Marginados? ¿A qué se refiere con eso? ¿Quién tiene el derecho de decidir quién es normal o no? Me acerqué a la letrina una vez más.

—Nuestro secuestro está conectado con el desastre de algún modo, ¿Cierto? ¿Es porque nacimos después de la radiación?

—Sí, la explosión y propagación de la radiación fue desastrosa y demasiado grande como para que el gobierno la escondiera. La mitad del mundo se vio afectada pero nosotros que vivíamos más cerca del reactor nuclear fuimos los más evidentes. Tú y tu hermana nacieron con deformidades, ¿Cierto? Miles nacieron igual a ustedes. Muchos han muerto y nadie nos extrañará. Es por eso que nos raptaron y trajeron a este... infierno Siberiano.

Una conmoción y desesperanza recorrió mis venas. Mamá no estaba bromeando. Sus historias eran ciertas. El gobierno comenzó a raptar a los niños y familias afectadas por la explosión. ¿Pero por qué? Han pasado diecisiete años desde la explosión, ¿Por qué llevarnos ahora?

Estaba por preguntarle algo más cuando me interrumpió alarmada.

— ¡Calla! Ahí vienen...

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