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La Mentira de Hannah - RjCook

La Mentira de Hannah - RjCook

Traducido por Ivette Z

La Mentira de Hannah - RjCook

Extracto del libro

Se dice que, en promedio, un hombre se enamora tres veces a lo largo de su vida. Si esto es cierto, entonces cabría esperar que dos de aquellos tres enamoramientos culminen en una ruptura dolorosa. En la vida de un hombre promedio, supongo que esa no es la peor estadística que se tiene que afrontar, sin embargo fui yo uno de los desafortunados a quien le tocó vivir esas dos desdichas amorosas antes de los veinte años, ambas durante el mismo año y a pocos meses de distancia.

                        Aunque esta historia se trata mayormente de la odisea que viví del verano de 1974 al verano de 1975, no podría ser contada a menos que explicara las consecuencias que el corazón roto latiendo en el pecho de un joven trajo a su vida, y la manera en que viví en una mentira que me afectó solamente a mí, aunque continuara alimentando esa falsedad con mis conocidos. Hasta la fecha, después de tantos años, algunos de ellos siguen recordando el motivo de mi travesía a la costa oeste de América de la manera en que yo deseo que lo recuerden.

                        De la mejor manera en que puedo precisarlo, diría que mi vida comenzó en una fecha posterior a la que mi familia contaría. Ellos afirmarían que nací en junio de 1952 en un hospital de Passaic, New Jersey, pero yo diría que aquel fue simplemente el día en que mi madre me dio a luz. Soy el más joven de seis medios hermanos, cuatro mujeres y dos hombres. Para cuando yo cumplí los cinco años, mis hermanas y mi hermano ya habían partido de casa, habiéndose casado, unido a la armada o, en el particular caso de dos de mis hermanas, habiéndose mudado a la casa de sus respectivas madres biológicas. Tuve una relación cercana con tres de ellos: Joan (una mujer maravillosa y amorosa quien falleció demasiado pronto), Peggy (la mayor de las mujeres) y mi hermano Bruce, a quien mi madre tuvo en una relación anterior a la de mi padre. Mi ascendencia es incierta: holandesa, alemana, irlandesa y nativa americana. Soy una mezcolanza de todas ellas. Básicamente soy como un perro callejero sin un claro linaje, pero eres lo que eres y en lo que te conviertes. Como sucede con la mayoría de los clasemedieros de mi generación y de ascendencia variopinta, podría mencionar los nombres de mis abuelos, más no el de sus padres, pues son un misterio para mí. No podría, incluso, recordar el nombre de mi abuelo materno, y el único motivo por el cual recuerdo el nombre de mi abuela materna es porque, a sugerencia de mi madre, ella bautizó a mi hija menor. En algunas culturas es común conocer el nombre de todos tus ancestros, incluso hasta los de tiempos lejanos. En cuanto a mí, no podría ni siquiera identificar a todos mis primos por parte de mi padre, a menos que portaran una etiqueta con su nombre.

                        Mi abuelo materno fue uno de los varios hombres con quien mi abuela se casó, o a quien vivió unida, para procurar que sus hijos sobrevivieran a los años de escasez durante la Gran Depresión. Hasta la fecha, desconozco qué tan grande es la familia de la cual proviene mi madre, pues recuerdo a tíos y tías presentándose periódicamente a lo largo de mi vida. Gente que no había conocido antes, claramente bastante mayor que mi mamá, dijeron ser hermanos o hermanas de mi madre. Mis abuelos maternos fallecieron mucho antes de que yo naciera, pero lo que si recuerdo es una fotografía de mi abuela que mi madre conservaba sobre mi cómoda cuando yo era muy joven. El retrato me aterraba, mi abuela lucía tan dura y severa, y sus ojos parecían seguirme a donde sea que fuera dentro de la habitación. Solía recostar el retrato por las noches, lo cual molestaba a mamá. Ella me diría que su madre fue una mujer tan amorosa quien me habría adorado; pero aquellas eran palabras vacías para un niño de cinco años que temía a una imagen que no comprendía. 

                        La familia de mi padre era más estable pero igualmente extensa. Sé de la existencia de seis niñas y tres niños, y me han dicho que posiblemente hubo algunos más que no sobrevivieron al parto. Sus padres vivieron hasta mis casi treinta años, pero nunca llegué a conocerlos bien; eso, al parecer, estaba reservado para mis primas. El abuelo materno de mi padre fue un veterano de la Guerra Civil, un hecho comprobado por cantidad de documentos que alguien de la familia conserva. Él también abrió las primeras tintorerías de la ciudad de Passaic, Nueva Jersey.  Mi padre tenía un recuerdo vago de su abuelo; sólo recuerda que estuvo atado a una silla de ruedas al final de sus días y que era difícil entender lo que decía al hablar.

            Frecuentemente mi papá me contaba historias sobre cómo se las veían para sobrevivir durante los años de la Gran Depresión; muchos de ellos viviendo juntos en un pequeño departamento de una calle sin salida en Passaic. Otros, casados simplemente para escapar a los confines de lo que habría parecido una condenada designada por Dios o, por lo que me han contado, de un padre tiránico y que bebía alcohol en exceso. ¿De qué manera me afectó todo esto? De ninguna, simplemente le doy una idea del acervo genético que eventualmente me produjo a mí.  

                        El “yo” que he llegado a conocer no salió a luz hasta muchos años después de mi nacimiento. Había sobrevivido a una infancia confusa, desconcertante y frecuentemente en soledad. Fue difícil establecer amistades duraderas porque nos mudábamos constantemente de apartamento, hasta que nos establecimos en una casa que mis padres compraron a mi tía. Dado que todos mis hermanos ya habían abandonado el hogar materno desde hacía muchos años, conocerlos fue un proceso gradual. Entablé lazos particularmente con Joan, Peggy y Bruce durante varios años, siendo la geografía un factor importante porque nosotros no nos quedábamos por mucho tiempo en un solo lugar. Durante mi niñez me encontré entreteniendo no a uno, ni a dos, sino a cinco psicólogos, con mis originales historias de ciencia ficción y mi imaginación activa. Mis padres, buscando desesperadamente una respuesta a su matrimonio disfuncional, depositaron la culpa en mis maneras “peculiares” de explicar por qué no funcionaban como pareja. A la larga, el matrimonio sí funcionó. Quizás no fueron tan felices como podrían haberlo sido, sin embargo estuvieron juntos casi sesenta años hasta que mi madre falleció tranquilamente en su cama, después de diez años de debilidad causada por un derrame cerebral, tiempo durante el cual mi padre atendió cada una de sus necesidades. ¿Fue esto suficiente para ganarse un buen lugar en el más allá? Quizás, mas es innegable que tuvo una dosis suficiente de expiación. 

                        No fuimos una familia particularmente religiosa; de hecho, mientras que mi madre acudía a la iglesia en ocasiones especiales, no recuerdo a mi padre pisando suelo sagrado a menos que fuese con motivo de una boda o algún evento similar. Fui bautizado en la Iglesia Episcopal de San Juan en Passaic, Nueva Jersey. Salvo la generosidad de mis tíos de llevarme a la iglesia y traerme de vuelta a casa, el domingo era un día regular en mi vida. Yo era quien llevaba el candelero al maestro de ceremonias durante la misa, sin embargo aquello no fue suficiente para solidificar mi creencia en una Entidad todo poderosa. Desde los once o doce años, cuando los días de ir a la iglesia terminaron, tuve dudas acerca de la vida después de la muerte. Viví etapas –Budismo, Conciencia de Krishna, Misticismo Oriental– pero ninguna mantuvo mi ardor durante algún tiempo. Al pensar en el pasado, me preguntó si la fe habría facilitado mi camino al crecer, pero, en general, la fe simplemente no funcionó para mí. Si Dios existe, pensaba, Él era un ser cruel desprovisto de compasión. A lo largo de mi vida no permití que mis incursiones pasajeras en alguna doctrina religiosa dominaran mis pensamientos ni mis actos. Anduve sin prisa a lo largo de mi vida haciendo todas aquellas cosas que los niños de los suburbios de Nueva Jersey hacen, pero cuando cumplí los dieciséis hubo un despertar dentro de mí que aclamaba reconocimiento. De pronto el mundo era más grande de lo que imaginaba y había llegado el tiempo de reclamar mi lugar.

Severaine - KJ Simmill

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La Apuesta de la Resurrección - Christopher Coates

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